Grotesco se levanta, con sus costillas
de acero corroído, expuestas al Sol y al
viento.
Sus piernas, hechas de arena del desierto,
se hacen más débiles tras cada lluvia, escasa
en esos lares.
Cuentan que es más viejo que el tiempo,
que ha estado ahí, infame, solitario, desde
siempre
o tal vez nunca ha estado y es solo una
excusa,
una ilusión enferma, un miedo a lo diferente.
Nadie lo respeta, más que temor inspira pena;
pena de su inutilidad, de los dineros
gastados en vano,
de las cientos de cosas útiles dejadas de
hacer, con tal
de levantarlo hasta el cielo, a cualquier costo.
Que habrán de pagarlo, dijeron
Y por supuesto que una vez más, nos toco
pagarlo.
Lo pagaron mis padres, mis abuelos, hasta yo,
a cada rato he de pagar por mantenerlo.
Y tras un siglo sigue ahí, indefenso,
ridículamente erguido, solitario y petulante MURO, en
medio del desierto.